La sequía que en la actualidad azota al Altiplano boliviano es la peor sufrida en décadas, pero hay comunidades Aymara que han logrado evitarla. ¿Cómo viven los pobladores de las cumbres sudamericanas? ¿qué piensan? ¿qué sienten? ¿quiénes son los Uma Mallku? ¿por qué ya no castigan zorros?
Viene con dos awayos encima: en el más grande trae palas, un pico y la azada que sobresale feroz; en el segundo hay comida: papas (las oscuras Ch´iyar; las Wilas, de sabor más bien dulce; unas cuantas de la variedad Sani Imilla y las polonia), huevo y queso recién elaborado. Debajo de los awayos, caminando, llega Flora Quispe Mayta, Uma Mallku de la comunidad de Achica Bajo, en el Altiplano boliviano.
Un awayo es un tejido, tipo manta, que habitualmente tiene diseños andinos y es útil para cargar lo que sea: alimentos, cuadernos y libros, fardos, bidones, palas picos azadas o hijos. Los awayos aparecen en revistas de geografía o en publicidades turísticas, siempre, como un símbolo del altiplano; las papas se han transformado en el cultivo —no cereal— más importante del mundo; la región gana, cada tanto, titulares trágicos en los grandes medios y tiene en su haber varios videos virales. En el altiplano las cosas son más bien famosas, icónicas, reconocibles; ¿y las personas? ¿cuánto sabemos de sus comunidades? ¿quiénes son los Mallku?
Algunos traducen Mallku como «autoridad, líder», aunque en la disposición orgánica Aymara el concepto está lejos de la noción moderna de autoridad o liderazgo en la que se reproducen lógicas verticalistas. El Mallku es el «responsable».
Tal responsabilidad, según la organización social Aymara, se renueva año a año en asambleas en las que participa la comunidad para decidir quien tendrá que encargarse de responder y proteger la tierra, los cultivos, el ganado, la educación, la justicia o Uma: el agua. Los Mallku no mandan a otros, les corresponde hacer a ellos mismos; no ordenan, cumplen por compromiso comunitario el rol al que fueron asignados y que ellos aceptan o rechazan en la asamblea.
Entre sus tareas, cada Uma Mallku debía buscar fuentes de agua para riego, para los animales y para toda la comunidad. Antes, esas fuentes se reducían a cotas, que son —en términos más gráficos— pozos, charcos, hondonadas naturales o hechas a pulso. De esos charcos se abastecían las familias y el ganado; las consecuencias de beber de cotas eran evidentes: los animales orinaban, defecaban y contaminaban el agua, que de por si ya era turbia y sucia, provocando diarreas, infecciones y enfermedades gastrointestinales agudas. «Pero no quedaba otra», dice Armando Condorí Pocoaca, responsable del agua; «era lo que había. Pero con las sequías, ni eso. La lluvia no llegaba y tocaba buscar cotas más lejanas, o castigar zorros».
Achica es una de las comunidades de la provincia de Ingavi, una de las regiones más combativas de la historia andina. En Achica la sequía se envalentonó y la abuela Noemí cuenta, mientras enciende el fuego, que los Uma Mallku subían al cerro con desesperación para castigar zorros: «perseguían zorros, los atrapaban y los golpeaban porque creían que el lamento de los animales tenía la facultad de atraer la lluvia».
La abuela Noemí prepara quínoa en una vasija de arcilla, a fuego de bosta, en su cocinita de piedra y barro. Sopla para animar la brasa y el sonido se funde con el viento, afuera; su voz se confunde con el viento, adentro. Habla suave, pausado, sin apuro invita el plato cargado y humeante: «este año será duro, sigue sin llover y la última helada le ha hecho daño a la siembra, mire cómo ha quemado las plantas», dice sin alterarse, mirando a través de la pequeña ventana: «sírvase bebida, cebada nuestra es».
Cada familia de Achica tiene su parcela para hacer pastar alguna vaquita o cabras, para sembrar papas, avena, quínoa y cebada —los principales cultivos—. La tierra es hostil, reacia, pero la conocen bien y saben trabajarla. Es, como dicen los que dicen que saben: “economía de subsistencia”. Cada domingo caminan o pagan un flete para llevar sus productos a la feria de Viacha, a varios kilómetros del lugar. En la feria venden, se abastecen, hacen trueque y se informan; vuelven a ver a la vecina de Ayo Ayo que trae charqui; compran útiles o ropa para hijos o nietos; escuchan al orador de turno que conquistó un rincón de la plaza para instalar su parlante y proponerles arrepentimiento, prometiendo perdón y abundancia de bendiciones. En el edificio bordó se reúnen los Mallkus de educación; en la esquina hay un puesto con mojarritas del Titicaca, al lado recargan celulares y venden tarjetas, al lado herramientas, al lado helados: raspaditas, para ser precisos. La feria es vital desde hace siglos y una de las razones contundentes de la supervivencia en territorios tan vulnerables como desfavorables. «Puede faltar abrigo o pan por un tiempo y difícil es, pero sin agua no se puede», dice la abuela, que bien lo sabe.
La niebla insiste; un gallo cacarea afónico y el perro torea para avisar que una silueta se acerca; la silueta se corporiza y se convierte en Nestor Patzi, uno de los Uma Mallku que llega con su atuendo típico: el poncho colorado, la ch’uspa (morral pequeño tejido para portar hojas de coca), y el chicote. Nestor saluda largo y gentil; es un hombre sencillo, de mirada calma y espera sonriendo al resto de Uma Mallku. Son las seis menos cuarto de la mañana y van a ir a cavar.
«Antes no teníamos otra que tomar agua atajada» dice Nestor para referirse a las cotas, «ahora, con el proyecto, el agua llega a todas las casas de la comunidad; en todas las casas tenemos baño seco también, y muy bueno es».
ADRA Bolivia desarrolló junto a la agencia de cooperación española el proyecto “acceso al agua potable y saneamiento básico en comunidades rurales”. Con la iniciativa se perforaron pozos, se instalaron cañerías, bombas y se levantaron tanques de agua; se capacitó a las comunidades para administración, operación y mantenimiento técnico de la red, además de brindar módulos de cálculo tarifario y educación sanitaria. En cada hogar se construyó un baño ecológico, donde los vecinos tienen la posibilidad de enterrar sus desechos o transformarlos en abono (y utilizar la orina como fertilizante).
«Los Uma Mallku ahora lecturamos casa por casa la cantidad de metros cúbicos que se consumen, hacemos un inventario y cobramos», sigue Nestor y explica: «con el haber construimos, arreglamos o invertimos en nuevos proyectos». Se muestra agradecido; hace frio, son las seis de la mañana y tienen que ir a cavar, a punta de pico y pala, para arreglar una de las cañerías principales que pierde; y Nestor sonríe agradecido. Challa, comparte y sonríe: es gratitud por el agua. No se lo pregunto, él lo cuenta: «la sequía que aflige la región es la peor en décadas (*); pero nosotros tenemos uma kori (agua valiosa) y podemos compartir. Este año los cultivos no han crecido tanto o los ha quemado la helada, por eso ahora queremos hacer riego e invernaderos».
En eso llega Armando Condorí, y aparece Flora Quispe Mayta bajo sus awayos; al rato cae Emiliana Tapia Pinto y se completa el grupo de Uma Mallku de Achica Bajo. De camino a la bomba, hablan Aymara y español a gusto. Piensan el agua de forma comunitaria, recaudan para mantener en funcionamiento la infraestructura; tanto en el trabajo como en las decisiones, las mujeres tienen el mismo espacio, voz y responsabilidad. Aunque «el hombre, por tradición, va delante al caminar», dice Flora y sale con lo de los perros salvajes: «no es bueno caminar solo, andan perros salvajes por el campo. Cuentan que cerca de la cantera, atacaron a un abuelo y se lo comieron».
Llegamos a un punto del campo donde un charco casi imperceptible indica la pérdida; no entiendo cómo se enteraron que existía una cañería averiada. Allí arriba, en medio de una planicie altiplánica, Flora baja su carga, sirve el awayo y comparte: sus papas, huevos, quesos y refrescos animan la jornada. Los Uma Mallku miran profundo mientras comen; luego empuñan picos, palas y arreglan el desperfecto con pericia. Se oye el agua fluir, y Flora dice «ya está, ahora sí».
(*) Este año, el gobierno boliviano declaró una "emergencia nacional" por la grave sequía que afecta al país y que tiene su peor manifestación en la falta de agua potable en varias capitales, en particular en la sede del Gobierno, La Paz y alrededores.
Créditos
Idea y realización: ADRA Sudamérica
Dirección ejecutiva: Paulo Lópes | ADRA Sudamérica
Realización audiovisual: Bruno Grappa & Migue Roth | Angular
Asistencia ejecutiva: Silvia Tapia Bullón y Juninha Barboza
Banda sonora y producción musical: Nacho Alberti, Pablo Palumbo & Emanuel Zúñiga Vincent (Grabado y masterizado en DEMO Estudio de grabación)
Fotoperiodismo: Migue Roth & Bruno Grappa | Angular
Locución: (español) Javier López Ortega / (Portugués) Robson Rocha
Traducciones: Adriana Oudri, Arlete Vicente e Beatriz Ozorio | IASD DSA
Web Design: Lean Perrone
Crónicas: Migue Roth | Angular