En Chile, miles de niñas y niños viven en condiciones de extrema vulnerabilidad. El Servicio Nacional de Menores indica que año tras año ingresan más pequeños al sistema de protección y que la principal causa es el maltrato infantil. ¿Qué harías si no tuvieras un hogar al cual regresar?
Se trata, sobre todo, de escuchar. Ellos escuchan. Tienen esa capacidad —que parece en extinción hoy en día— de mirar para escuchar para entender: un acto de concentración con la intención de saber qué es lo que quiere decir el otro. Y el otro es, en este caso, ella: una niña.
Don Marco y Efigenia son sus padres, pero no. Ella les dice papá y mamá, y lo son, pero no. Un programa de acogida los transformó en familia cuando situaciones de maltrato y negligencias de los progenitores de ella, de la niña, la pusieron en extrema vulnerabilidad.
El programa Familias de Acogida se propone como una alternativa temporal, ya que se espera que los niños y niñas retornen a sus hogares de origen, o bien con algún miembro de su familia extensa (como sucede en la mayoría de los casos).
Pero, ¿qué pasa si no es posible? ¿Qué sucede si el daño crónico que presentan algunos padres, abuelas y/o tíos, inhabilitan el retorno? ¿Qué pasa si no existe un hogar al cual regresar?
En Chile, una de cada cuatro personas es niño, niña o adolescente. De ellos, un tercio experimenta algún tipo de pobreza*. Cristina, trabajadora social especialista en infancia, me dice que «observa un vínculo innegable entre la violencia que experimentan desde sus familias, con la violencia estructural instalada en nuestro país, la que trasciende en el círculo de la desesperanza». De acuerdo al índice de vulnerabilidad escolar, siete de cada diez, presentan riesgo de interrumpir su trayectoria escolar. Y, de acuerdo al anuario del Servicio Nacional de Menores, cada año ingresan más y más niños al sistema de protección; la cifra no para de crecer desde 2006. La principal causa es el maltrato infantil.
Don Marco dice que entre las razones más densas que provocaron la situación están los años oscuros: «vivimos muchos años oscuros, de dictadura, donde la desconfianza destruyó familias e instaló miedos en la sociedad».
Una sociedad temerosa crea mitos y los refuerza. «A nosotros nos llegaron comentarios que ponían en duda la decisión que habíamos tomado: ´mira si los padres de la niña son drogadictos, quién sabe cómo será ella´, decían. O agrandaban un temor que, para nosotros, ya era grande: ´¿cómo van a lidiar con el hecho de que algún día se va a ir?´. Y esas inquisiciones nos dejaban sin palabras, nos quitaba el aliento. Con el tiempo, nos dimos cuenta que eran dudas infundadas, centradas en uno. Dudas que podían en descuido lo más importante: la descuidaban a ella».
La pareja coincide que los tiempos y las etapas burocráticas que debieron atravesar fueron excesivas: «El sistema complejiza los procesos; podría ser más sencillo y facilitaría que otras familias ayudasen. Mire, cada cambio de gobierno modifica decisiones ya tomadas, ponen nuevas normas, vuelven cosas atrás, otras las anulan. Y todo eso nos afecta a nosotros; para peor, afecta a los niños, que quedan con menos oportunidades. Entendemos que se deba hacer seguimiento, sin duda. Pero eso es una cosa y muy distinto es el descuido de la infancia por intereses políticos».
A Efigenia le dicen Kena. La tía Kena y el tio Marco trabajan en transporte escolar desde hace más de veinte años; y cuentan que en los últimos cinco, siete años, pareciera que los padres tienen menos tiempo que antes: «hay algunos que no conversan ni un segundo para despedir a sus hijos. Incluso, tenemos casos en los que no conocemos a los padres: nos ha contratado la familia y buscamos a los niños de sus cuidadores. Es lamentable. Esos niños, justamente, tienen faltas de disciplina y son más agresivos».
Kena prepara tallarines con salsa de tomates recién comprados en la feria, y le pone cilantro en abundancia a cada plato. En la mesa, lo primero que sirve es el pan: la típica marraqueta crocante acompaña todas sus comidas. Aprovecha la ocasión y deja preparada la masa para la sopaipilla que comerán a la once: la merienda.
Marco desenfunda su guitarra y puntea un tema de Spinetta, mientras cuenta que el instrumento le sirve como terapia y que, hablando de terapia, reconoce lo bien que le hace a tantos cabros: «muchos cabros recién comienzan a problematizar lo que vivían en sus sesiones; antes daban por hecho el maltrato o les resultaban normales los abusos».
Canta un tema del flaco, después muda el repertorio a lo folclórico. Se llena de halagos por su hija, que baila muy bien. Kena se suma y muestra los vestidos que le hizo a Violeta. Enumeran y recuerdan los 18 de septiembre, el día patrio chileno. La niña sonríe confiada. Sus padres lo dicen y la frase perdura con ternura: ella es el color de sus vidas.
Violeta tiene los cachetes colorados. Por primera vez en el año, está un poco resfriada. «No se enferma nunca, no falta nunca a la escuela», dice Kena. Y la acompaña al cuarto con un té de limón caliente. Marco nos cuenta, mientras las oye conversar a la distancia, que en las primeras semanas al cuidado de Violeta recibieron el informe de su bajo desempeño escolar previo y las dificultades que —según suponían— podían llegar a ser cognitivas. «Y hoy es la primera de su clase; todo aprobado, excelentes notas, es la primera de su clase».
Anuncios ministeriales manifiestan la importancia de los contextos familiares: «debiéramos procurar que la infancia pueda desarrollarse en contextos familiares, siendo la adopción la tercera alternativa». Los que saben insisten: «Es fundamental que la familia de acogida de un niño con compleja proyección de retorno sea acompañada por los equipos y genere vínculos significativos, desinteresados, que no cosifiquen a los niños; en el que los adultos se pongan a disposición del bienestar». Tan cierto como la dificultad de que niños vulnerados mayores de cinco o seis años reciban protección.
Además de vivenciar monitoreo, acompañamiento y evaluación durante más de dos años de acogimiento, Kena y Marco demostraron satisfacer las necesidades de Violeta en todas las esferas para su desarrollo, desde que llegó a su hogar, a los siete. Y le dieron continuidad a la relación que tenía con su hermano mayor, su vínculo familiar firme. La participación de la niña ante profesionales y Tribunales de Familia en la decisión de continuar en su nuevo hogar, fue relevante y tan contundente como el artículo 12 de la Convención Internacional de los Derechos del Niño/a.
Kena y Marco escuchan; la escuchan y la cuidan. Tienen la capacidad de mirar para escuchar para entender qué es lo que quiere decir Violeta.
* De acuerdo a la nueva medición de pobreza multidimensional, que incorpora factores como educación, salud, trabajo y seguridad social, vivienda, entorno y redes sociales.
Créditos
Idea y realización: ADRA Sudamérica
Dirección ejecutiva: Paulo Lópes | ADRA Sudamérica
Realización audiovisual: Bruno Grappa & Migue Roth | Angular
Asistencia ejecutiva: Silvia Tapia Bullón y Juninha Barboza
Banda sonora y producción musical: Nacho Alberti, Pablo Palumbo & Emanuel Zúñiga Vincent (Grabado y masterizado en DEMO Estudio de grabación)
Fotoperiodismo: Migue Roth & Bruno Grappa | Angular
Locución: (español) Javier López Ortega / (Portugués) Robson Rocha
Traducciones: Adriana Oudri, Arlete Vicente e Beatriz Ozorio | IASD DSA
Web Design: Lean Perrone
Crónicas: Migue Roth | Angular