Postales Olvidadas

ADRA
CAPITULO 2 | Perú

Forjar un nombre

Si hay historia de dolor, lucha y resiliencia es la de Liliana: sus padres la abandonaron a los dos años y ya no supo de ellos. No sabía su fecha de nacimiento ni su nombre completo; los decidió ella, lo forjó.

¿Qué haría usted para levantarse a trabajar cada madrugada si ya no tuviera fuerzas?





03:00 AM. La aguja se clava en vertical y detona el chirrido lacerante de la alarma. No hay ganas ni emoción, la obligación manda. Ve dormir a su esposo y se tienta, pero no hay margen: se levanta aunque la extenuación fluya hipodérmica. En el pasillo, cruza frente a la puerta del cuarto de su hijo mayor que descansa tapado; mira hacia el de su hija, igual. El más pequeño, en cambio, está descubierto; lo abriga y lo besa. Se alista, come algo y abre la puerta: afuera inhala humedad y exhala una bocanada tibia de vapor que se funde en la niebla. Torea un perro a media cuadra que la reconoce. Liliana va al mercado central, de madrugada, a comprar frutas para su puesto. Aunque esté exhausta, tiene motivos para animarse a creer.

 

Liliana dice que no es huérfana porque sus padres están vivos, pero la dejaron cuando tenía dos años y no los volvió a ver, así que viene a ser lo mismo: «ellos se fueron con la ilusión de la cosecha del café, y ya nunca más regresaron. Pasé mi infancia rebotando por distintas casas», de tías, amigos de los tías, conocidos y no tanto, hasta los nueve años. Un día, correteando junto a un convento, una señora se acercó y preguntó quien era y dónde estaban mis padres: al conocer mi historia, se ofreció a ser mi madrina. «La gente en la sierra así nomás te entregaban, como regalándote, así que le dijeron: ´bueno, usted encárguese´. Y me mandaron a su casa».

La señora de la caridad resultó buena por brindarle un techo, pero bien mala también —dice Liliana— porque no le pagaba ni un sol, la obligaba a trabajar para comer y —con tristeza— recuerda que se la pasaba encerrada, «trabajando a cambio de comida o ropa; no conocía a nadie y solo era una niñita».

A los quince, dieciséis, se cruzó en la plaza a otra joven que estaba en una situación parecida. «Eres sonsa: tu debes trabajar, pero que te paguen», le dijo. A Liliana le prometían, año tras año, que podría estudiar pero jamás había podido asistir a la escuela. «Nos hicimos amiga con aquella joven. Me contó que llevaba largo rato ahorrando para irse del lugar en el que estaba y comprarse una casita; así se metió en mi ese mismo bichito. Una tarde tomé valor y le dije a mi señora que porqué no me pagaba, si trabajaba igual que otras niñas a las que sí les daban dinero. Ella se enojó mucho y me obligó a agradecerle por criarme».

Meses después Liliana escapó sin rumbo claro. Buscó un mercado enorme —que ya no existe— donde recordaba que vendía una casera que conocía a sus parientes, pero no la halló. Desde los nueve años había perdido todo contacto y no sabía dónde ir. Preguntó y preguntó, sin resultado: no volvió a ver a su familia. «Felizmente encontré una amiga de mi edad, que era madre soltera, y decidimos vivir juntas un tiempo. Mientras tanto, trabajaba de lo que hubiera: vendiendo calzado, preparando comida, ayudando en algún almacén, lo que fuera. Pero nadie quería recibirme por no tener papeles», dice Liliana mientras entibia las manos dentro de las mangas de su blusa verde, sentada en un toquito de madera entre los cajones de frutas. Afuera, tonos grises y ocres de la ciudad opacan el paisaje; los cerros de Lima tienen ventanas, alguna luz, poca atracción. En el mercado, en cambio, colores y aromas de pitahayas, carambolas y guayabas perfuman los pasillos y endulzan la charla matinal de las caseras.

«No tenía papeles. De niña me decían Lili y ni siquiera estaba segura que fuera mi nombre real; así que un día decidí ir a la oficina ministerial para hacer mi documento. A la encargada no le sorprendió mi situación, no era la primera vez que atendía casos semejantes. Fue muy cordial: buscamos algún indicio de mi nacimiento, pero no apareció: era otra NN. Me propuso que eligiera nombre completo, que me hiciera uno, y calculó mi edad a ojo. Yo no sabía cómo llamarme hasta que pensé en el cartel de aquella escuela primaria a la que soñaba asistir: Edelmira».

Liliana Edelmira no lo sabe, pero su nombre significa “de nobleza insigne”. Los libros de los significados dicen que «Edelmira cuenta con una gran fuerza en su actuar, esto se debe a que lucha interiormente para alcanzar la perseverancia. Cuando unos nacen perseverantes de carácter natural, hay otros que destacan también por ser perseverantes pero con una lucha emocional; tal es el caso de Edelmira, quien también se apoya en la constancia y la reflexión. Ella logra poner orden en el caos de una manera tan natural que pareciera no le cuesta ningún trabajo».

Aunque sí le cuesta.

Liliana conoció un joven cuidadoso, emprendedor y esforzado; se enamoraron y se casaron. Al poco tiempo quedó embarazada, pero en un violento asalto perdió a su bebé. Al año, una inundación les arrebató sus pertenencias y destruyó la casita que estaban construyendo, así que decidieron mudarse a Huaycán, al este de Lima, y probar mejor suerte. Nacieron cuatro hijos. Tenían tantas carencias como motivos para luchar.

Huaycán deriva de huayco, el término que se utiliza en Perú para hablar de deslaves, corrimientos, avalanchas de tierra. Huaycán es zona proclive a los desastres de media o alta intensidad, que no tardaron en aparecer y volver a golpear la vida de la familia. Cuando parecía que la situación no podría empeorar más, su esposo cayó en coma diabético y un glaucoma casi lo deja ciego. Por aquellos meses, una enfermedad congénita se llevó a su hijita menor y la derrumbó por completo.

Liliana cuenta que se arrastraba, literalmente, para hacer las tareas del hogar y para salir a trabajar. Quería llorar, respirar y llorar, pero la urgencia y la necesidad no daban brecha. «Necesitaba dinero, pero ni siquiera podía pedir prestado. Por aquellos años aún sospechaban de la gente de Huaycán, desconfiaban de nosotros: decían que aquí se escondían terroristas, que esta zona había sido refugio de Sendero Luminoso. Una vecina que se enteró de mi caso, me propuso participar de una asociación de mujeres emprendedoras: podría obtener crédito, pagar la medicación para mi esposo, montar un puesto que me permitiría mejorar mi situación. Yo no le creí hasta que fui a la primera reunión del grupo».

El proyecto de Bancos Comunales que promueve ADRA Perú, ofrece créditos a mujeres con escasos recursos. Con un primer préstamo, Liliana logró establecer su puesto en el mercado, incrementó la mercadería y las ganancias. Con el compromiso que la caracteriza, obtuvo un segundo préstamo, adquirió mayores ingresos, invirtió en un cambio de rubro y logró construir el segundo piso de su vivienda. «Para mi, no solo fue una oportunidad económica, sino de vida: conocí amigas que me apoyaron y me dieron fuerzas para superar el dolor».

Liliana conoció el color más oscuro del sufrimiento y, aunque aún le llegan días nublados de sombras y cansancio, tiene motivos para animarse a creer.

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Bancos comunales
El Portafolio de Microfinanzas que ADRA Perú implementa con fondos propios, tiene como misión contribuir al desarrollo integral de los emprendedores vulnerables y de escasos recursos de las zonas urbanas marginales y rurales del país, brindando soluciones microfinancieras y educación, inculcando valores, con acciones responsables.
En la actualidad, las mujeres peruanas lideran la tasa de emprendimiento en América Latina, gestionando casi la mitad de las empresas del país.




Créditos

Idea y realización:  ADRA Sudamérica
Dirección ejecutiva:  Paulo Lópes  |  ADRA Sudamérica
Realización audiovisual:  Bruno Grappa & Migue Roth  |  Angular
Asistencia ejecutiva:  Silvia Tapia Bullón y Juninha Barboza
Banda sonora y producción musical:  Nacho Alberti, Pablo Palumbo & Emanuel Zúñiga Vincent (Grabado y masterizado en DEMO Estudio de grabación)
Fotoperiodismo:  Migue Roth & Bruno Grappa |  Angular
Locución: (español) Javier López Ortega  /  (Portugués) Robson Rocha
Traducciones:  Adriana Oudri, Arlete Vicente e Beatriz Ozorio | IASD DSA
Web Design:  Lean Perrone
Crónicas: Migue Roth | Angular

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